Maleficencia – [Katia Martelli]

Algunos días han pasado de mi último encuentro con Katia. La “reprimenda” por parte de Marcus aún mostraba estragos sobre mí; particularmente en la piel de mi espalda y costillas. Individuo sádico, algún día me las cobraré.

Sinceramente, sin avisar ni nada, arribé a la mansión Martelli. Eran las dos de la mañana y no tenía ganas de ponerme a tocar la puerta, así que simplemente violé la seguridad del lugar. Se me ha entrenado para tales cosas, debo aprovecharlas.

La mansión es enorme, magnífica, no se puede negar. Es jocoso el hecho de que Katia posee una empresa de seguridad privada, pero no me costó demasiado ingresar en su hogar. En fin...

Pocas son las luces que yacen encendidas, pero hay la suficiente luz artificial. Fui a la cocina, tenía apetito. Veremos qué pasa...

Eran las tantas de la madrugada y me había despertado el hecho de tener hambre, porque sino habría seguido durmiendo toda la noche. Me había costado bastante dormir, porque hacía días que no veía a Doppleganger y temía que le hubiesen hecho algo en la corporación Banshee. Me levanté de la cama y me puse una fina bata de seda encima, que cubría lo esencial.

Caminé hacia la cocina, aún medio adormilada. No me sorprendió que pudiese haber dejado la luz de la cocina encendida, los últimos días estaba algo despistada porque no había visto a Doppleganger y temía que le hubiesen hecho algo y que tal vez no lo volviese a ver jamás.

Cuando fui a entrar en la cocina, me encontré con que alguien salía y me asusté, llegando casi a gritar. Por suerte, antes de poder hacerlo reconocí al clon de mi marido y simplemente le di una bofetada.

-¿Cómo te atreves a entrar en mi casa a estas horas? -le pregunté, antes de darle un empujón.

Del susto que me había llevado, se me había pasado el hambre, así que le regañaría largo y tendido, hasta que él me diese una razón convincente para colarse en mi casa a las 2 de la madrugada.

Golpes. De nuevo golpes y empujones de parte de Katia. Vaya que es una dama bastante intensa, la verdad. Yo me sentía algo débil y no tenía ganas de pelear, además cargaba apetito.

Tomé de las muñecas a la dama después de que me empujó; se le veía molesta y me pedía explicaciones sobre lo que estaba yo haciendo en su hogar. “Me gusta tu bata”, le dije, mientras ella forcejeaba un poco.

– Vas a despertar al servicio y atraerás a seguridad –le dije, dejándola ir–. Estoy harto de que golpees mi rostro, mujer. Tenía que venir, apenas ahora me libré de mis... “obligaciones” para con Banshee. Si esperaba tal vez no me hubiese podido presentar. Veo que estás bien. Mejor que bien.

Me paré frente a ella, cerca, atento por si intentaba golpearme de nuevo. Vaya carácter. No quería alzar la voz, por eso me mantenía cerca de Katia.

– ¿La presidenta te dejó ir así nada más?. Cuéntame, anda. Y mientras me pones al día, dame algo de comer. Tengo hambre –la esposa de Abel es hermosa, se veía muy bonita, más cuando se molestaba de ésa forma.

Forcejeé un poco con él cuando me cogió de las muñecas, pero terminé por desistir. De todos modos no tendría fuerzas suficientes para deshacerme de él con facilidad, aunque parecía débil.

-No te preocupes por eso, el servicio viene por la mañana y la única seguridad que hay es la alarma. -le dije una vez me soltó. -¿Esperabas que te hiciese cosquillas después del susto que me has pegado? - escuché su escusa para venir hasta mi casa. -Y por eso te cuelas en mi casa a las 2 de la madrugada, ¿no? Por eso y porque tienes hambre.

-Siéntate hay -le dije señalando una silla mientras me acercaba al frigorífico para sacarle algo de comer. Saqué todo lo necesario y le preparé un sandwich que dejé sobre la mesa de la cocina y después dejé también un vaso con agua.

-Venga, come -le dije. -¿Cómo tengo que llamarte? -le pregunté, ya que no sabía cómo llamarle, porque no sabía pronunciar su nombre.

Me senté en la silla de al lado mientras lo miraba, sin decir nada por el momento, sin contestar aún a su pregunta.

-Me dejó marchar, sí -le dije. -¿Qué esperabas que hiciese conmigo? -pregunté, sin apartar la mirada de él. -¿Qué te ha hecho a ti? -pregunté casi con dulzura antes de acariciar su mejilla sin darme cuenta.

– No, no, por favor, cosquillas no –dije, pensando en mis costillas. Estaban bastante magulladas, la idea de sentir sus dedos de ésa manera y forma, me hizo estremecer un segundo. Luego sonreí, de todas formas sabía que ella no iba a hacerme tal cosa, pero escucharla decir eso me causó gracia.

– Es irónico que no haya nadie de seguridad en tu propiedad. Pensar que eres propietaria de ésa empresa y demás. Bueno, me alegra que estés bien –tomé asiento tal y como ella me indicó. Me gustaba verla en bata, ¿a quién no le agradaría?. Katia me hizo algo de comer, por lo cual me sentí en verdad agradecido.

– Muchas gracias, eres un encanto –le dije, y sonreí en forma genuina y sincera. Que gusto poder estar allí un rato con ella–. Bueno, la presidenta te dejó marchar... Lo hizo porque no te considera una amenaza para Banshee. Sabe que no puedes acudir a los medios de comunicación, cualquiera que sea. Nadie creería tu historia. Nadie creerá lo que pasó con el Doctor Abel. Por un momento pensé que pudiese borrar también tu mente.

Di el primero mordisco al sandwich. Estaba bueno.

– El Doctor Abel no existe para el mundo, y para colmo de males, él no tenía muchas amistades. Muy pocos se acodarán de él –mientras le hablaba, la miraba de cerca. No me gusta alzar la voz–. Hmm, llámame Kain. Fue mi nombre clave en mi primera misión. La primera misión encomendaba por tu desaparecido esposo.

No quería desanimarla, pero tenía que ser sincero con ella, con respecto a todo.

– No será nada fácil encontrar al Doctor Abel. No creo que esté muerto, pero dudo que se acuerde de nosotros –di un sorbo al vaso de agua. Junto con dejar el vaso sobre la mesa, sentí la caricia de Katia sobre mi piel, ante la cual parpadeé–. Marcus... Marcus acostumbra sembrar carácter entre los agentes. Me reprendió por mi pretérito comportamiento. Estaré bien. Quería saber cómo estabas tú y por eso eme aquí.

Finalicé la comida. Me sentó bien, realmente.

– Muchas gracias, Katia. Te lo agradezco –tomé sus manos, estaban muy cálidas–. ¿Cómo va tu empresa? No la descuides a pesar de la presente situación. Es mi consejo, al menos. Y, otra cosa: no creo sea bueno para ti el vivir sola en un lugar tan grande.

Era prácticamente algo de sentido común. Más tomando en cuenta que se trata de una mujer muy atractiva y hermosa.

Escuché todo lo que decía con una pequeña sonrisa. Al verle estremecer, pensé que estaba peor de lo que quería aparentar, quería parecer fuerte ante mí. Si él no quería hablar sobre lo que le había pasado, yo no era quien para obligarle a hacerlo, por lo que seguí en silencio, escuchando lo que me contaba.

-Kain -repetí en un murmullo el nombre que él había dicho. -Me gusta ese nombre -añadí con una sonrisa mientras lo miraba.

-Lo sé -dije después, bajando la mirada a la mesa. -Pero la esperanza es lo último que se pierde, ¿no?

-Levántate la camiseta -le pedí, sin malas intenciones. -Por favor. Quiero comprobar si de verdad estás bien.

-De nada, Kain -dije con una sonrisa, llamándolo esta vez por el nombre que él me había dicho. -¿Y con quién me sugieres que viva? -pregunté con curiosidad. -Vivía únicamente con mi marido hasta que desapareció. No tengo a nadie más, aunque puedes quedarte tú -dije mientras lo miraba, acariciando sus manos. -Si quieres, claro. No voy a obligarte a nada.

Katia es una dama realmente amable, gentil y dulce. A pesar de que a veces tiene reacciones intensas, algo violentas, en realidad es una bella persona, y en todo el sentido de la palabra.

Como van las cosas, en verdad me parece peligroso que viva sola.

– Quiero quedarme ésta noche, Katia. Claro que deseo hacerlo, pero sólo por ésta noche porque debo estar mañana en Banshee o comenzarían los líos. Y, no te preocupes por mí, estoy bien. Eres tan amable –dejé ir sus manos para tomar su atractivo rostro entre mis manos–. Haré todo lo que esté en mi poder para cuidar de ti. Ésa es mi decisión. Eres una de las pocas personas que conozco y me cae tan bien.

Realmente estaba agradecido con ella, por hospitalidad y compañía.

– ¿Tú no tienes apetito? –pregunté, mientras la miraba de cerca. Acariciaba su rostro con mis manos–. Eres la mujer más hermosa que conozco.

Acerqué mi rostro al suyo, le sonreí un poco y suspiré. Estábamos muy cerca uno con respecto al otro. “Me gustas”, le dije en voz tenue. Mi corazón latía con intensidad.

Sonreí en cuando escuché lo que dijo. Le estaba realmente agradecida por quedarse allí conmigo aquella noche, pero lamentaba que no pudiese quedase para siempre. Le había cogido mucho cariño en los últimos meses, aunque a veces no lo demostrase.

-¿Estás seguro de que estás bien? -murmuré, llevando mi mano hasta sus costillas y presionando ligeramente en aquella zona. No quería hacerle daño, pero él era terco y no reconocería que no estaba bien.

-Gracias -murmuré después, aunque ya no sé si lo dije porque él me iba a cuidar o por una de las últimas frases que dijo. Después negué ante su pregunta, no tenía hambre desde el mismo momento en el que lo había visto allí.

"Y tú a mí" pensé, pero nunca llegué a pronunciarlo, porque ni siguiente gesto lo dijo todo. Apenas unos centímetros separaban nuestros rostros. Con sumo cuidado hice que él retirase sus manos de mi rostro y las pusiese sobre mi cintura, pero no sobre la bata, sino sobre mi piel, no sin antes haberla desabrochado. Después, rodeé su cuello con ambos brazos y lo besé. Fue un beso dulce, pero sobre todo sincero, de esos que tanto le gustaban a Abel, solo que esta vez era con Kain.

Beso cálido, erótico y sensual. Katia es preciosa, divina y bella. Que dama tan atractiva y sexy. Sus labios son terciopelo, tan suaves y a la vez cálidos. Mis manos acariciaban su desnuda piel; increíblemente tersa. Como me gusta estar así con ella. Mi corazón late con intensidad. Me siento tan deseoso y anhelante, ésa es la verdad. “Estoy de lo mejor ahora que estoy así contigo”, le dije, declaré ante su pretérita pregunta. Era nuestro momento y de nadie más.

– Te deseo, quiero que seas mía, ¿sabes? –le dije, sonriendo, y hablé en voz tenue. Comencé a besar su cuello, tan níveo así como suave–. Me haces excitar muchísimo, y con que facilidad.

Era la más pura y completa verdad. Ahora mis manos acariciaban sus hombros y quería librarla de la bata que la semicubría. Le pedí que me acariciaba con sus manos...

Solté un suspiro después de separarnos mientras sus manos acariciaban mi piel. Casi podía sentir los latidos de su corazón y no conseguía sacarme de la cabeza su voz, su preciosa mirada celeste, ni tampoco sus suaves caricias. Le sonreí, acariciando su mejilla mientras hablaba. Me encanta poder estar así con él, sin discursiones, tratándonos con cariño, sin miedo a equivocarnos.

Me mordí el labio inferior al escuchar lo que para mí era casi una petición que haría que se cumpliese. Por esta vez, ambos disfrutaríamos juntos en algo que seguramente estaba mal, puesto que yo estaba casada con su creador, pero éste no estaba y aunque volviese no se acordaría de ninguno de los dos.

Acaricié su cabello mientras me besaba en el cuello, sintiendo como un pequeño escalofrío recorría mi cuerpo al sentir sus labios sobre mi piel. Ya casi había perdido la bata y mis manos buscaban la forma de colarse bajo su camiseta. No pensaba andarme con rodeos, así que tiré un poco de su camisa y metí mis manos por debajo, acariciando su piel lentamente, sin prisa, puesto que teníamos toda la noche por delante y siempre podíamos poder la excusa de que uno de los dos estaba enfermo y el otro tenía que cuidarlo. Así podríamos pasar todo el día juntos, que era lo que yo quería y lo que realmente me apetecía en ese momento, pasar un día entero junto a él.

Entonces, una fugaz idea cruzó mi mente. Este era el momento idóneo para llevarla a cabo, pero ¿y si él no estaba de acuerdo? Terminaría por convencerle, de eso estaba segura. Además, había dicho que me deseaba, que quería que fuese suya. Yo podía cumplir eso aquella noche y no iba a dejar pasar la oportunidad, así que mientras nos acariciabamos mutuamente, tiré un poco de él para que se levantase de la silla y después caminamos juntos hasta mi habitación, perdiéndonos en el cuerpo del otro en el camino. Tardamos mucho en llegar hasta allí, porque siempre nos detenía algo: un beso, una caricia lenta, un roce donde no debía, pero siempre con una sonrisa, porque ese día ambos eramos felices de estar así, simplemente queriéndonos, sin importar lo más mínimo lo que pensasen los demás.

Una vez llegamos a la habitación, cerré la puerta detrás de nosotros y me quité la bata, dejándola caer al suelo para después llevar mis manos hasta su camisa y quitársela de igual modo. Mis manos se pasearon por su torso a sus anchas, sin quitar mi mirada de sus ojos. Apenas había luz en la habitación, pero ambos sabíamos que el otro estaba cerca, muy cerca.

No necesité mucho para hacer que él cayese tumbado sobre la cama. Caminé hacia atrás con él pegado a mi cuerpo. Cuando sus piernas se toparon con la cama, me bastó un simple y pequeño empujón para hacer que cayese sobre ella. Después, me tumbé a su lado, apoyando la cabeza sobre la almohada y lo atraje hasta mí, haciendo que él quedase encima de mí. Besé sus labios lentamente, llevando una mano hasta su nuca mientras la otra cogía la sábana y nos tapaba a ambos, para después perderse bajo las sábanas buscando desesperadamente el botón de sus pantalones, que ya empezaban a estorbar y no tardarían mucho en desaparecer.

Y en efecto así fue, apenas unos segundos después, sus pantalones volaban hacia Dios sabe donde, haciendo algo de ruido al caer al suelo. Era prácticamente imposible que yo me mantuviese quieta teniéndole a él delante y más teniéndolo como lo tenía, únicamente vestido con la ropa interior. Cuando nos separamos, suspiré mientras hacia que apoyase su cabeza sobre mi hombro. Quería tenerle lo más cerca posible aquella noche, quería disfrutar de aquel momento junto a él, junto a Kain. Tan sólo esperaba que nadie osase molestarnos...